viernes, octubre 27, 2006

Octubre se va y deja la nieve.

Es toda una experincia ver que con el sol ya no se puede estimar precisamente la hora del día. A diferencia de Barranquilla y dependiendo de la época, en Suecia el sol puede salir a las tres de la mañana, o bien, a la hora del almuerzo el cielo puede tener ese tono azul marino que recuerda las tardías horas del alba ecuatorial.
Pero yo, que soy una persona de origen equidistante a los polos, estoy encantado con el cambio de latitud y lo que trae consigo, entre otras tantas cosas, las temperaturas extremas y los colores de temporada. Ahora puedo ver cómo mis 5 sentidos trabajan para desglosar aquello que es nuevo para mí. Además del lógico tacto gélido de la época, mi oido capta el caer del cielo, mi gusto se afecta por su propio tacto y por los cambios de cosechas, en fin, luego de ver lo que veo ahora, sé que los colores sirven también para tener una idea de cómo está el ambiente más allá de la ventana que nos abriga. En Barranquilla la exigencia a los sentidos es mucho menor ya que no hay cambios radicales entre épocas o zonas; sólo el oído y el tacto parece inmutarse en medio de los ires y venires de los vientos, las lluvias y los sonidos de barrio.
Ahora sé que el blanco no es un color exclusivo para los matrimonios o para las palomas de los actos protocolarios; el blanco significa frío y significa nieve. Ahora, mejor nunca antes dicho, lo veo todo claro. Ahora sé que no es tanto el frío sino el abrigo, que no es tanto el tamaño sino lo comunicado, que no es tanto lo rubio sino lo experto.

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