lunes, octubre 30, 2006

¿Cómo comerá mi hijo?


Parecería que desde que estoy en Europa aprendí a cocinar, pero realmente no es así. Si bien es cierto que nunca cociné nada completo en Barranquilla, y que mi especialidad es el “arroz de lo que haya”, no puedo despreciar las instrucciones que me daba la mujer quien inspira el título de esta nota. Es que mi mamá siempre estaba con el cuento de que algún día me iba a tocar cocinar a mí. Pasaron 22 años antes de que eso se cumpliera porque aunque yo lo pidiera, no me ponían a cocinar ni en mi casa ni en ninguna otra, así que nunca pasé de la teoría hasta que llegué a Barcelona.
En España, y creo que en el resto de Europa, noté el interés que se tiene por saber la dieta de los ciudadanos. Debido a que en la agitada vida de las ciudades la gente tiende a dedicar menos tiempo a cuidar de lo que come, es común ver en los informativos indicadores de crecimiento del comercio de precocidos y restaurantes. Sin embargo, si se quiere comer bien y a buen precio, lo mejor es cocinar para sí mismo, con lo cual es también muy común que los estudiantes cocinemos. Ahora bien, ¿Qué comemos? Cuando no hay tiempo, una pasta con queso puede sacarnos de un apuro; cuando lo hay, depende de la habilidad de cada uno.
Yo comencé con lo más simple: pollo y arroz blanco. Entonces entró la teoría: ¿cómo lo hacía? Pues yo no me compliqué, cogí las pechugas, las “relajé” con un solo corte a la mitad, un poco de sal y ajo picado (en ese momento no tenía el macerador), y luego al sartén apenas “sucio” de aceite, en bajito y tapado. El arroz también fue un “fuafuá”: freí el ajo con poco aceite, y luego eché los famosos dos de agua por cada de arroz, sal, fuego medio y esperé que secara; una vez secó el arroz lo “voltié”, tapé y puse en bajo para que se terminara de cocinar con el vapor. Al cabo de un rato ya me estaba comiendo un pollo chévere con un arroz blanco bacano.
Luego de aquella primera y buena experiencia en la cocina vinieron más platos: por un lado pescado, carne molida, lomo de cerdo, filetes de res, y por el otro arroz de ajo, de cebolla, de fideo (o de palito) y hasta de coco. En fin, si no fuera por la escasez de los verdaderos ingredientes, el hijo de la señora Ibeth comería realmente como en casa. Ahora bien, en Barcelona se podían conseguir muchas cosas importadas como panela o harina de maíz para arepas, con los cuales pude disfrutar de platos que me aproximaban a casa; pero siempre en la vida hay cambios y Suecia me ha obligado a seguir explorando humildemente en el arte de la cocina. Ha sido Suecia el sitio que vió nacer mi primera sopa. Con papa, pollo, zanahoria, cebolla, maíz de lata y, con excepcional suerte, cilantro fresco, pude lograr acercarme a un imaginario de sancocho. Me pasé de sal pero se pudo comer, y cuando lo repetí una semana después con apio y más pollo, mis invitados a la cena estuvieron muy complacidos y satisfechos.
Después de todo esto me acuerdo de lo que me decía mi mamá. Tenía y sigue teniendo razón al haberme enseñado algunas cosas cotidianas “del hogar”. Me acuerdo también de un compañero que me antecedió en una experiencia de estudio lejos la familia quien me decía que prefería limpiar antes que cocinar; y no me lo imagino cocinando tampoco. Disfruto hoy de las largas discusiones (a veces de semanas) con mi compañero y amigo David sobre cómo se hace el arroz blanco, quién le enseñó a cocinar algo al otro, o a quién le quedó mejor el pollo. Me río incluso del día que él se gastó unos minutos de su teléfono móvil para preguntarme como todo un ingeniero: “Carlos, ¿Cuál es el rendimiento de una panela?”.
Así que para aquellos que se preguntan que cómo como, les contesto:
Gracias a mi mamá, como en casa.

PD. Voy a ver si algún día me atrevo a hacer arroz de papa.

viernes, octubre 27, 2006

Octubre se va y deja la nieve.

Es toda una experincia ver que con el sol ya no se puede estimar precisamente la hora del día. A diferencia de Barranquilla y dependiendo de la época, en Suecia el sol puede salir a las tres de la mañana, o bien, a la hora del almuerzo el cielo puede tener ese tono azul marino que recuerda las tardías horas del alba ecuatorial.
Pero yo, que soy una persona de origen equidistante a los polos, estoy encantado con el cambio de latitud y lo que trae consigo, entre otras tantas cosas, las temperaturas extremas y los colores de temporada. Ahora puedo ver cómo mis 5 sentidos trabajan para desglosar aquello que es nuevo para mí. Además del lógico tacto gélido de la época, mi oido capta el caer del cielo, mi gusto se afecta por su propio tacto y por los cambios de cosechas, en fin, luego de ver lo que veo ahora, sé que los colores sirven también para tener una idea de cómo está el ambiente más allá de la ventana que nos abriga. En Barranquilla la exigencia a los sentidos es mucho menor ya que no hay cambios radicales entre épocas o zonas; sólo el oído y el tacto parece inmutarse en medio de los ires y venires de los vientos, las lluvias y los sonidos de barrio.
Ahora sé que el blanco no es un color exclusivo para los matrimonios o para las palomas de los actos protocolarios; el blanco significa frío y significa nieve. Ahora, mejor nunca antes dicho, lo veo todo claro. Ahora sé que no es tanto el frío sino el abrigo, que no es tanto el tamaño sino lo comunicado, que no es tanto lo rubio sino lo experto.

viernes, octubre 20, 2006

¿Cuántos?

- ¿Quién es?
- No sé, llegó conmigo.
- ¿Qué hace aquí?
- Supongo que quiere entrar.
- ¿Para qué?
- Pregúntele.
- ¿Quién eres?
- Respóndale, a lo mejor lo dejan pasar.
- ¿No habla?
- A lo mejor no oye.
- ¿Para que viniste?
- No me mire a mí. Que él no hable no es culpa mía.
- Hago lo que debo.
- Pues déjeme pasar a mí por lo menos. Yo no lo conozco.
- ¿Y dónde está?
- ¿Quién?
- El otro.
- ¿Cuál?
- Siga.

Barcelona.
27-01-06

martes, octubre 10, 2006

Una nueva etapa

El dieciséis de agosto; después de haber explicado a mis amigos mil y una veces que no me iba a Suecia sino hasta mitad de mes; luego de haberme quedado unos días en casa del macondiano Mauricio; luego de presenciar la temporada más lluviosa en mi estadía en Barcelona; ahí estábamos nosotros, David y yo, despidiéndonos de nuestro amigo “Chicho” quien cordialmente se ofreció a llevarnos al aeropuerto del Prat. Tomé mi pasaporte y lo abrí una vez más para verificar que el pasabordo estuviera adentro. Me acerqué a los separadores y nuevamente miré a nuestro único acompañante aquella mañana. Después de decirnos: “hey pela’os, conozcan gente, que esa vaina es lo más bacano”, Mauricio se alejó con su tumba’o característico, pelo de recién levantado y ropa del día anterior*, en fin, como un barranquillero. David por su parte caminaba con su parsimoniosa elegancia, delante de mí, en la fila del detector de metales. Menos mal tengo la costumbre de poner todos los metales y el celular en el maletín, así no tengo que estar mostrando la menudencia a, quienes detrás de mí, esperan que pase rápido. Eran alrededor de las nueve de la mañana y, para ser esa hora, había mucha gente en el aeropuerto. Pasamos los últimos minutos en Catalunya mirando si las camisetas del Barça estaban más baratas debido al cambio de temporada y burlándonos de las más recientes anécdotas como si tesoros de nuestra niñez fueran. Luego de unas palabras en catalán, escuchamos por el altavoz la versión en español del aviso de que el vuelo se retrasa cuarenta minutos. Pudimos soportar dicha espera riéndonos de que el muchacho quien le correspondió decir el aviso en inglés sólo pudo decir good morning.
Tres horas de vuelo hasta Estocolmo, recogida y nueva entrega de maletas, media hora de espera, y una hora de vuelo a Luleå**, fue el preámbulo de nuestra aventura nórdica. María Ericsson nos recibió en el aeropuerto y nos llevó a casa de su padre; cenamos, hablamos, jugamos settlers y luego fuimos a casa de su madre en el otro extremo del pequeño lago. Maria había sido nuestra compañera en algunas clases en el primer semestre del 2006 en Barcelona. Las casas de sus padres están en un pueblo a hora y media de la ciudad, y nos llevó allá porque a la hora que aterrizábamos en Luleå, ya han cerrado la organización que nos entregaría las llaves de nuestras habitaciones. Una manta gruesa y paredes de madera nos permitieron dormir en casa de María. Luleå tiene noches frías a pesar de estar en verano, y más con la poca densidad urbana y grandes praderas que permiten un total flujo de las corrientes heladas alrededor de los edificios.
Una vez instalado en mi austera pero amplia habitación, me dediqué a prepararme para el día siguiente con papeles, alimentos y demás; pero ya entre maletas vomitadas, un colchón desnudo y la sensación de “esta no es mi casa” en el cuerpo, sentía la satisfacción de haber dado ese siguiente paso, de haber recorrido los kilómetros que me separaban de la siguiente etapa. En ese momento volvían a tener sentido las trasnochadas previas a los exámenes, las interminables y aparentemente poco productivas horas de inglés, etc. En ese momento se sentí cómo la felicidad llena los vacíos que deja lo que me entristece. En ese momento deseé que fuera mañana. Pero el mañana… eso serán otras notas.

*Hago la salvedad de que era realmente temprano y no tuvimos mucho tiempo ni necesidad de arreglarnos.
**Se pronuncia más bien como Luleo.

Si quieres saber más, lee un complemento de la historia narrada por David Pino.
Memorias del primer año.

viernes, octubre 06, 2006

Un propósito

No tengo perdón. Ahora que tengo el Internet a la mano debería actualizar más… lo de siempre. Lo que hago es sacar un post muy de vez en cuando. A veces es porque estoy ocupado, a veces porque no estoy en la casa, a veces por pereza, a veces porque simplemente no sé qué escribir. Sin embargo, si administro bien mi tiempo ya no tendría excusas porque siempre hay algo de que hablar.

Las primeras cosas que se me vienen a la mente son, por ejemplo, qué estará pasando en Colombia con el “nuevo” presidente (porque aunque se vea que es el mismo, se siente siempre alguien diferente) y el siempre impalpable proceso de paz; el mototaxismo fenómeno creciente e imparable que si merma es por mutación tal como lo hace un virus contemporáneo; o la preocupación directa que me causan las consecuencias dejadas por el tornado en Barranquilla. Por otro lado, ya que ando de este lado del charco, debería estar comentándoles de mis experiencias nuevas…

Pido excusas entonces por haber dejado este medio de comunicación sin respaldo. Me propongo (mas no prometo) escribir por lo menos una vez a la semana. De esta forma podré estar más en contacto con ustedes y ustedes no me perderán la pista.

De paso aprovecho para recordar que me encuentro en Suecia y no en Suiza, como ya varias personas han afirmado.

Hasta luego y esperen algo pronto. Yo lo espero.